aquí donde nacen el
granito y la tormenta
y se amanceban con la
estirpe de los iluminados cereales
aquí donde los olivos
atraviesan un mar
impredecible de
horizontales espejos
aquí en la senda olvidada
donde los papagayos
juegan a la comba sobre los
sepulcros visigodos
aquí nunca pasa nada
ni siquiera se escucha la
consumación de las horas
ni el alegre sermón de las
comadres que bajan a la nieve de los ríos
ni el excitante frufrú de
las muchachas que con sus nalgas
dibujan una esfera luminosa
en la monotonía perpendicular de las tardes solteras
nunca pasa nada por no
pasar no pasa
ni el carromato de los
gitanos que bailan al son de las madrugadas
ni el tren cargado de
fresas en la estación de la primavera
no pasa ni un segundo de
paja entre la tierra y sus océanos
y el cuervo encargado de
anunciar las buenas nuevas
duerme plácidamente en la
chimenea de las desolaciones
o nos remite a la oscuridad
pecaminosa de la sacristía
aquí el sol cruza los
dedos y se esconde
pintando de azafrán la
cresta de los montes
aquí donde nace el granito
y se disipa
el ruido de las fábricas
entre los escaparates y las bicicletas
entre los escaparates y las bicicletas
aquí donde un aparente
frenesí consume
las últimas gotas de
nostálgica discrepancia
aquí nunca pasa nada
mientras el cielo se
desploma
como una monja ultrajada
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