miércoles, 20 de noviembre de 2013

apátrida

Foto: Disha Dua

he perdido la fe en los lapiceros
y en las viudas que destilan vermú para sus jóvenes amantes
mientras respiran el óxido de las viejas computadoras
y simulan un sinfín de desvanecimientos

he perdido la fe en los campos de arroz
y en la lluvia a destiempo cuando los carpinteros
naufragan en su oficio y se enamoran de tímidas muchachas
que se entregan con desmayo en oscuros portales

he perdido la fe en las montañas
y en las cuevas donde los aborígenes cultivan el fuego
con cuchillos de piedra para desangrar los corderos
cuando la luna anuncia la necesidad del sacrificio

busco versos desechos como garbanzos en remojo
para amainar el hambre de los insurrectos
para irrumpir en los salones olvidados de la historia
porque todos participamos de este tiempo de vendimia

he perdido la fe en los cerrojos y en los polichinelas
aunque sigo apreciando como moda en desuso
la valentía que demuestran los alfabetos tropicales
cuando abandonan su lugar en las procesiones

he perdido la fe en el ángel caído
que alargaba la sombra y estrechaba el silencio
cuando en las pardas tardes de soledad niña
se anunciaba en la fiebre de las mimbreras

he perdido tantas cosas que apenas quedan
un manojo de espinas y una rosa tatuada
una piedra pequeña y un álbum de fotos
junto a la chimenea encendida de mi esqueleto

he perdido mi fe de anacoreta
y ahora deambulo por los mercados de abastos
por las plazas feriadas y por los aeropuertos
donde la multitud expresa su indiferencia

lunes, 11 de noviembre de 2013

antesala



hermanos el siglo se debate entre horribles espasmos
y está próximo el día en que veamos la pólvora convertida en humo
la podredumbre se apodera de los estadios de fútbol
y de los salones parroquiales
y en el palacio de invierno los esquimales preparan la guillotina
y hacen cola frente a las sedes financieras
donde se dirime la suerte de los indiferentes

la estoica nube ha tumbado al cemento y a la locomotora
y los hijos bastardos de la humana codicia sucumben al odio de los humillados
en las calles pobremente acuchilladas se deshacen las últimas certezas
y las manzanas tropiezan con imprecisa soltura
contra el verde fugitivo de las postales turísticas

y no hay puerta ni hay llave ni material fungible alguno
con el que dar relieve a los inconvenientes que genera
la venta a granel de los cuentos que aturden al paisanaje

en los antros nocturnos donde se prostituye la soberanía popular
o en las televisiones que reproducen estúpidos escenarios de metacrilato
como lonchas de queso a la puerta de los cementerios civiles
los obreros diluyen su rabia en los sabotajes
y asedian las salas de espera de las estaciones
mientras los poderosos ven alejarse en la niebla
los últimos trenes de la salvación