la nube de incienso
desciende sobre la mística hermosura
de los túneles donde canta
la rabia oculta de la pobreza
se formaliza el ágape
donde los ingenieros de lo absurdo
diseñan estratagemas de
latón y sobrevuelan los relojes
gime la rueda que arrastra
la efigie de los terratenientes
enfrentados al célibe caos
de las máquinas infernales
caminamos hacia la estación
central donde los acordes
de un mayo interior
presagian enfebrecidos sueños
los murciélagos de la
necesidad y el virus de lo previsible
describen elipsis en la
urdimbre de los siglos
y derraman el vino agrio de
los racimos
sobre el rostro impasible
de los economistas
las viudas se arropan con
sábanas tristes
y los jóvenes jornaleros
miden con su sombra
la puntualidad de los
descendientes de esclavos
desde el andén se escuchan
los juramentos
mientras deambulan en
cómodos plazos
la dentadura del orangután
y el ocio general de los militares
cubren de babas la estrecha
andadura
y como una epidemia
proliferan en masa
siempre alejados a partes
iguales de la razón y el suicidio
en la estación central las
atrevidas esdrújulas
sueñan con acentos
oblicuos y extranjeros
mientras los capataces escurren el bulto
mucho ha llovido desde
entonces y sin embargo
hoy los diluvios se
esconden en las tazas de café
bajo la atenta mirada de
los enamorados
que entregan su libido a
los tragaluces de la primavera
la novia de los trenes
aguarda una palabra
una ventisca o un trueno
que haga descarrilar la espera
cruza el vestíbulo lleno
de jinetes pálidos
y se adormece luminosa en
brazos de la marihuana
en la estación central
callan los sacerdotes
que ofrecen salmos
precocinados a veinte duros
mientras las madres
persiguen un misterio azul
entre los cadáveres
recientes de la aristocracia
en la estación central los
trabajadores se debaten
entre el humo de las
factorías y el martilleo
de las ardientes soflamas y
no saben bien
que bandera enarbolar ni cual
es la tierra donde crece el trigo
que bandera enarbolar ni cual
es la tierra donde crece el trigo
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