martes, 14 de octubre de 2014

somos la sombra



la que da fulgor al diamante en las entrañas de la tierra
la que emigra a la soledad de las cárceles y de los conventos
y se descuelga por los cipreses enclaustrados la sombra
que anida en lo profundo del bosque
y tiñe de negro el traje de seda del agua escondida
que reverbera dócil en la noche de los tiempos
y que lleva la cuenta de los siglos
de oscuridad que aún nos quedan

la sombra como una sangre que persigue a los piadosos
en el trasluz impotente de los jardines sin savia
y que sujeta la escalera de los estremecimientos
como una promesa rota en el fervor de las catacumbas

la sombra del cadalso que pone en marcha el runrún de las avemarías
y espanta con su voz a las palomas que anidan en los campanarios
la sombra viva y preñada de los sin nombre
que crece en el murmullo de las masas y se vuelve ceniza
en la frente enhiesta de los inocentes y adivina
la desnuda suerte cubierta de barro de los pobres

la sombra de la espada que perteneció a carlos quinto
que forjó un imperio a la medida de los banqueros alemanes
y que apunta a la voluntad de los hombres
con su garganta de plata dispuesta al sacrificio

la sombra del otoño de mil novecientos cincuenta y nueve
que en la tarde acompaña el sigilo de las golondrinas
y persigue a los astronautas en su noche sideral

la vieja sombra malherida del caminante que anuncia el nombre de las posadas
que amenaza la línea sucesoria de los primogénitos
y se acurruca en el fondo de los testamentos apócrifos

la sombra que procede del tiempo de los fenicios
que navega por mil danubios y penetra
bajo la falda plisada de las niñas cuando juegan a ser mayores
que se enreda en los cabellos y galopa
por los pechos desnudos antes de nacer el nuevo día
que acomoda el quehacer de los herreros
y se esconde enigmática bajo las pirámides

la sombra de las revoluciones que languidece postrada ante oscuros temores
que no acierta a extender la pólvora como una obsesión
que nace de la llama ardiente
y pesa como un puñal de bronce
sobre el sueño tranquilo de los hombres justos

la sombra de los números infinitesimales
y de los helicópteros sobre la selva amazónica
o de los profetas que caminan sobre las aguas bursátiles
y predican las verdades de las grandes corporaciones

la sombra alargada que se orina en los libros de historia y en los pantalones
que pernocta en los cementerios católicos y con su presencia
anuncia los rigores del nuevo día
entre murciélagos que transmiten la impiedad de los forenses
y las ascuas encendidas de los últimos combatientes
que se sinceran bajo el olivo para tejer
la memoria oculta de los versos y de las ánades

la sombra suicida que escucha el rumor de los hospicios
y acostumbra a erosionar la certidumbre de las religiones
que se escarcha en enero y afila los huesos
de los melocotones y el timbre de las bicicletas
la sombra que visita los talleres y las fábricas
para dar fe de su pertenencia a las clases populares
que inventa canciones al albur
de la tarde opulenta y febril de los manicomios

somos la sombra invisible que vive
en las estancias prohibidas de los corazones
que amamanta los sueños de los enamorados
y que nunca se rinde

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