tú,
memorable herrmano marginal, qué antiguamente observo
lo
desvalido que irás por las ciudades con tus cuarentaitantos años de
memoria a la rastra
hacia
allá, al cementerio donde mamá reposa
bajo
una hierba humilde y seca que dirá SON LOS AÑOS,
y más
que nunca
precisarás
la yema en la leche de cabra,
te
sentarás sobre la losa tan ni siquiera tibia
y me
recordarás a mí, como yo ahora te recuerdo, diciendo:
esta
infancia tenaz, cómo ha mudado.
No
quería despedirse enero sin añadir un poeta más a su nómina de
ilustres muertos. Así, en apenas dos semanas, han fallecido tres
grandes glorias de la lengua castellana: Juan Gelman y José Emilio
Pacheco, ambos en México -aunque el primero fuese argentino-, y el 30 de enero, en Madrid, se nos fue Félix Grande.
Félix
Grande Lara, flamencólogo y uno de los grandes renovadores de la
poesía española de los años 60, nació en Mérida (Badajoz), en
1937. Hijo de republicanos -su madre trabajó en un hospital durante
la guerra civil mientras su padre combatía en el frente-, se mudó
con su familia cuando contaba sólo con dos años a Tomelloso (Ciudad
Real), donde transcurrieron su infancia y su juventud. En 1957 se
traslada a Madrid, donde ejerció diversos empleos antes de abandonar
su trabajo como guitarrista flamenco para dedicarse a la literatura.
En 1961 entró a trabajar en la revista literaria Cuadernos
hispanoamericanos, de la que se convertiría en director al
retirarse Luis Rosales.
Comenzó su carrera literaria con
la poesía y obtuvo su primer premio, el Adonais, en 1963, por Las
piedras, "libro de talante existencial en el que explora el
tema de la soledad". Dos años después, en 1965, ganaría su
primer galardón de narrativa, el Premio Eugenio d'Ors por su novela
corta Las calles. Desde entonces no cesó de escribir y de
recibir distinciones de todo tipo. Su obra evolucionó desde la
inspiración machadiana y el compromiso social de su primer poemario
hasta una reflexión sobre el lenguaje y el erotismo. Logró el
premio Nacional de Poesía en 1978 por Las rubáiyatas de Horacio
Martín, que constituye una exploración del sentido de la
experiencia erótica.
Como ensayista puede señalarse el
temprano Apuntes sobre poesía española de posguerra (1970),
Mi música es para esta gente (1975) y su monumental Memoria
del flamenco (1979), obra básica para una aproximación al arte
flamenco, forma cultural a la que ya había rendido tributo
anteriormente al elaborar los textos en prosa y verso del disco
Persecución (1976), cantado por El Lebrijano.
Estaba casado con la poeta
Francisca Aguirre (como él, Premio Nacional de Poesía 2011) con la
que tuvo una hija, la también poeta Guadalupe Grande.
En su obra está presente una honda
angustia existencial, una gran preocupación por el hombre y por la
injusticia sobre la que se alza la sociedad, así como el amor y el
erotismo. Su lenguaje poético es una constante búsqueda de nuevos
modos de expresión, siguiendo los pasos de los surrealistas y en
especial de César Vallejo.
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