martes, 15 de diciembre de 2015

Julio Llamazares en Sonseca

El pasado viernes 11 de diciembre, tuve la satisfacción y el privilegio de presentar al escritor Julio Llamazares en la Casa de la Cultura de Sonseca, en el acto que clausuraba las Jornadas de la Montaña, organizadas por el Club El Torozo. Fue una noche mágica, en la que Julio deleitó al numeroso público asistente con su charla sobre viajes, escritura y vida. He aquí la transcripción de dicha presentación:

El Club El Torozo me cede el honor –cosa que agradezco- de presentaros a nuestro ilustre invitado de hoy en mi condición no ya de montañero, que no lo soy, sino de joven promesa de las letras sonsecanas. 

Lo primero que hay que decir de Julio Llamazares es que nació en León (1955), una tierra que debe tener algo especial, no en vano ha regalado a la lengua castellana en el último siglo toda una pléyade de magníficos poetas y narradores, empezando por el mismo Julio y siguiendo con poetas como Juan Carlos Mestre, Antonio Colinas, Victoriano Crémer o Andrés Trapiello y narradores de la talla de José Mª. Merino y Luis Mateo Diaz. 

Pues bien, como os decía, Julio nació en un pueblecito de León, Vegamián, donde su padre ejercía como maestro. A los dos años, tiene que abandonar dicho pueblo y trasladarse a Olleros de Sabero, por la construcción de un pantano. Es este un hecho fundamental en su biografía y que impregna gran parte de su obra. “Vegamián es un símbolo, no un lugar. Es esa sombra que se adivina bajo el agua cuando pasas por allí en verano. Esa es mi patria, una sombra bajo el agua.” 

Licenciado en derecho, abandonó muy pronto el ejercicio de la abogacía para dedicarse al periodismo escrito, radiofónico y televisivo en Madrid, ciudad donde estableció su residencia. Inició su carrera literaria con la publicación del libro de poemas La lentitud de los bueyes (1979). En una entrevista concedida a El País, Julio contaba, en una especie de metáfora, que siempre ha escrito el mismo libro, que todo lo que ha hecho son variaciones sobre el primer verso del primer poema de su primer libro: “Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora”. De ahí surgió todo, como diría Gerard Piqué. 

Posteriormente, publicó un ensayo narrativo titulado El entierro de Genarín (1981), y regresó a la poesía con Memoria de la nieve (1982), poemario que mereció el Premio Literario Jorge Guillén. 

Su trabajo como novelista es conocido a partir de la obra que le daría renombre, Luna de lobos (1985), que fue llevada al cine dos años más tarde y donde aportó soluciones poéticas al campo narrativo con una historia que versa sobre los maquis surgidos de la guerra civil española. 

Su segunda novela, La lluvia amarilla, de 1988, es un largo monólogo del último habitante de un pueblo del Pirineo de Huesca: la aldea de Anielle, abandonada por sus vecinos. Una novela que fue muy bien acogida por los lectores, entre los que me cuento. 

Recientemente, Llamazares ha publicado Distintas formas de mirar el agua, el relato coral de una familia que vuelve al embalse del Porma —el que anegó Vegamián— para dispersar en sus aguas las cenizas del patriarca. “Los damnificados por los pantanos son los judíos españoles del siglo XX, el suyo es un destierro desconocido para la mayoría de la gente”

Una mención especial merece la relación de Julio Llamazares con el cine. En 1984, escribió y protagonizó Retrato de un bañista, dirigida por José María Martín Sarmiento. Tres años más tarde, el director Julio Sánchez Valdés contó con su colaboración para llevar a la pantalla su novela, Luna de lobos, como ya hemos señalado anteriormente. En 1995, escribió el guión de El techo del mundo, que dirigió Felipe Vega. En 1999 también escribió, junto a Iciar Bollain, el guión de Flores de otro mundo. Y en 2009, ha codirigido, junto a Felipe Vega, Elogio de la distancia, que radiografía el ámbito rural de Fonsagrada, en el corazón de la provincia de Lugo. 

Y luego hay otro aspecto de Julio, que es el que hoy le trae aquí: el de impenitente viajero, que también ha plasmado en sus libros. De esta forma, ha reunido sus peregrinas experiencias en diversos libros de viajes. En El río del olvido (1990), donde relata un viaje a pie siguiendo el curso del Curueño, el legendario río de su infancia "que atraviesa en vertical el corazón de la montaña leonesa" y que le hace "regresar a los orígenes porque, –como él mismo nos confiesa- aunque los paisajes permanezcan inmutables, una mirada jamás se repite". De 1998 son Tras-os-montes, sobre un viaje por la comarca portuguesa de Braganza, y El cielo de Madrid. 

Ya en 2008, apareció Las rosas de piedra, el primer volumen de una ambiciosa colección que quiere ser un recorrido por todas las catedrales de España. El libro es fruto de seis años de viajes por 45 catedrales. Según ha reconocido Llamazares, con esta obra sigue la estela de los antiguos viajeros, “aquellos que iban buscando la magia que el mundo ofrece a los que lo andan”

En definitiva, ya para acabar, en toda su producción ha hecho gala de un acentuado tratamiento poético del lenguaje, que es algo que le distingue del resto de narradores, unido a una proximidad personal a la naturaleza y al mundo rural, de un carácter casi romántico. 

“La vida se resume -dice Julio- en una lucha entre memoria y olvido, y el trabajo de los escritores es recuperar todo lo que puedas del peso del olvido.” 

Con todos Uds., Julio Llamazares.

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