ya no busco sirenas al borde del mar
ni pájaros azules
en las noches de insomnio
he aprendido a esperar disimuladamente
bajo las palmeras
al viento espeso que viene
del desierto de las conciencias
vivo ausente de mí
en la periferia de cuanto toco
en la corteza húmeda de los días amables
en la diminuta ciénaga en que a veces
se convierte mi vida
sin brújula y sin códice que me ayuden
a interpretar los signos de la noche
dejo la puerta abierta al viento del norte
mis manos reposan en el breve escenario
y mi frente inabarcable
como el mapa de los deseos
se disuelve en estos cánticos
tristes como un gallo ciego
al borde del acantilado
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